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miércoles, 25 de mayo de 2011

Una idea

La idea es azul y brilla. Llegó hace un rato, iba en el camión y de repente, cual pasajero, ingresó en mi cabeza: No te necesito, estoy bien (un poco chueca por el golpe, pero bien). La idea se fue directamente a mi estomago, ahí encontró a todas las mariposas muertas y se dio cuenta de que sólo estaban dormidas. Cansadas de tanto tiempo sin volar. La idea las despertó y salieron de mi cuerpo: dos por mi boca, tres por la oreja izquierda y una por la nariz. Fue lindo verlas volar y alejarse de mí ¡tristísimo!
Se me escaparon algunas lágrimas, pero me sentí ligera. Tan ligera que hasta consideré bajarme del camión y volar hasta mi casa. Pero quería dejarles el cielo libre, hoy, las nubes eran de esas mariposas rojas con polvo de tu nombre.
Me quedé sentada en el asiento de atrás, asomada por la ventana hasta que dejé de verlas. Hasta que se hicieron tan chiquitas que se confundieron con el polvo. Igual y siempre habían sido eso: polvo de abandono, de maleta olvidada abajo de la cama que sabe, nunca viajará. Me quedé sola con mi idea azul y brillosa. Le di la bienvenida y no puedo sino esperar que se sienta cómoda. Que no se vaya.



( … )



A la idea le gustó mi riñón pero de vez en cuando se acuesta en mi ombligo. Cada vez que la veo tirarse de panza en aquel orificio me aterro. Intento no moverme, quedarme lo más quietecita posible, no vaya a ser que se caiga, se pierda y ahora sí me quede vacía: sin mariposas rojas ni idea azul.

lunes, 23 de mayo de 2011

Supongo que es normal no dormir hoy

Supongo que tengo que empezar por regarme. Agua salada para que la piel este más suave, para que las hojas vuelvan a crecer. Más limpia de gestos un poco amargos, un poco feos. Supongo que es normal no volar. No volar esta noche porque no quiero, porque necesito estar quieta, entender la tristeza que tan injustamente plantaste en mi estomago. Ella, o sea yo, no es experta en revivir mariposas, pero resulta que después de vomitarlas, una puede dormir tranquila. Al menos por un rato, no ahorita.

Pero a ella, o sea a mí, no le gusta estar tan cerca del piso. Le resulta cansadísimo ver las cosas de una perspectiva tan normal, tan de ojos. Tan cliché. A todos nos rompen el corazón. Al mío que le pongan mostaza, que lo mastiquen despacio. Mi corazón está hecho para morir en la boca de alguien que se tomó el tiempo de quitar las hojas, la armadura, el vestido. Alguien que entienda lo bello de lo frágil y lo sencillo de arrancar, de romper, de dañar.

¿Acaso la tristeza es la misma para todas? Una señora que va cambiando de cuerpo día a día. Se cambia cuando ya es demasiado, cuando es tanta que ya no queda más que empezar a reír, a soñar, a enseñarle a las raíces a volar (aunque sea por un rato, lo que dura la ausencia).

Supongo que es normal no querer moverse, desaparecer un rato. Esconderse. A ella, la del espejo, le gusta ver los ojos llorosos: un poco de otro tono, de una belleza diferente. Pero a ella, la que no duerme, le gusta cerrarlos y esperar a que, al igual que un parpadeo, las lágrimas se vayan y ya no sea tiempo de regar sino de florecer.
“No sé si esto sea el final. Te quiero, pero me alejo de ti para reconstruir mi sueños, para reconstruirme yo misma, lo que he perdido: el éxtasis. Escríbeme, cuida del Sueño. Ahí es donde yo estoy, riendo. Y no nos pongamos tristes. Quizá mi poder sea más fuerte que el tuyo, el tuyo para matar la vida. Me voy a buscar la vida que tú tan extrañamente has devorado con tus odios, rechazos y renuncias” (Anaïs Nin)

lunes, 9 de mayo de 2011

Cicatrices y rodillas

Tus cicatrices quedaron en mis rodillas. Me caí como se caen las niñas que corren muy rápido para no perderse de nada. Esas niñas que persiguen a su hermano que al parecer huye de ella, pero no importa.
Mamá dice que no me puedo quedar sola.
Y entonces me caigo y me raspo las rodillas y lloro. Duelen más las rodillas que el miedo a quedarme sola y defraudarla. Mi hermano regresa a levantarme por miedo a que lo regañen, pero la marca está ahí: en mis rodillas (los ojos llorosos se pueden disimular).
Nuestra historia me llevo a mi infancia y me hizo llorar. Doliste en mis rodillas y no regresaste por mí.
Sé que, eventualmente, me levanto y vuelvo a correr, ahora en otra dirección (casi siempre a guardarme de las risas extrañas que provocan las caídas). Pero estas en mí, en mi nueva cicatriz de rodilla que recuerda que no es malo correr, mientras no corra para alcanzarte a ti.

viernes, 6 de mayo de 2011

Descalza

Andar descalza por el mundo me ayuda a sentir más. Justo ayer caminé por un camino lleno de lodo y hace una semana un camino de arena. Mis sentimientos no se pueden desprender del camino que camino descalza. Las lagrimas se sienten más pisando el mar y las ausencias (la tuya) se sienten en el cemento de las calles, mejor dicho: es sus grietas.