A veces es el aire
el que desacomoda las cosas: las cortinas, el cabello, los árboles. Incluso las cenizas tan correctamente colocadas en el cenicero.
A veces son los suspiros, a veces es la muerte, a veces el amor, las lágrimas, los recuerdos…
¡Cualquier cosa puede desacomodar el alma!
Incluso un parpadeo.
El cambio fue imperceptible; ni ella, ni su hermano, ni su madre se dieron cuenta en el momento. Fue hasta unos meses después cuando empezaron a notar que algo no estaba en su lugar. Su cama siempre estaba destendida y con las sábanas tiradas, las cortinas colgadas al revés (es decir, del lado de la calle), los zapatos de tacón empolvados y guardados en el cajón de calcetines, el maquillaje, las cremas… ¡todo parecía abandonado! Pero lo más alarmante fue la sonrisa, ella sonreía todo el tiempo: una sonrisa triste y de ojos húmedos.
Su madre fue la primera en diagnosticar: el alma de su hija no estaba en su lugar. “Chueca” fue la palabra para explicar el no tan raro suceso a la abuela y a los amigos que todavía quedaban.
-¡Cuidado con el aire! Les gritaban - Enchueca.
Y poco a poco, todos se guardaron en sus casas a rezar para que nunca se les enchuecara el alma. ¡Qué tragedia la de ella! Pero era de ella, no de ellos…
…
La única que no entendía con exactitud el concepto del alma-chueca era yo. Me despertaba como todos los días, tomaba el camión, leía, iba al trabajo… incluso me bañaba diario. No entendía la necesidad de los psicólogos, de las medicinas y definitivamente no comprendía el porqué de las miradas de asombro y lastima.
Sucedió cuando estaba desnuda y saliendo de la regadera me encontré de frente con la respuesta. Vi mi sonrisa en el espejo y por un fragmento de segundo, comprendí la desgracia de tener el alma chueca.
También nos mueve al alma de lugar ciertos amores que se van, el silencio, la soledad a fuerzas, las ganas que ya no están... y nos la acomoda en su sitio una tarde de lluvia, un suéter rojo o una mordida de chocolate servida en la cama... y ¡claro! leer un rato palabras de María...
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