No puedes mirar a la muerte, y verla a través de lágrimas. No trates de sacarle explicaciones con la nariz llena de mocos y palabras atoradas en la garganta. Ella sólo se reirá en tu cara, y para comprobar lo pequeño que es el llanto, irá a matar a alguien como a tu hermano.
Con la muerte no platicas. Cuando veas a la muerte cerca, saca un vestido bonito del clóset y cierra todas las puertas: estómago duro, dientes y puños apretados; tu vida adentro—bien guardada—, y la boca cerrada (no vaya a ser que se escape en palabras).
No puedes mirar a la muerte, pero puedes enseñarle que tú sigues viva; y el hecho de que se lo lleve a él no lo cambia, al menos, por ahorita.
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