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martes, 8 de julio de 2014

¿Alguien ha visto a un fantasma sin cara y sin cuerpo?

Ella se acordó de eso que no quería recordar. Se acordó del lugar exacto en donde había guardo a su fantasma, a ese secreto que juraba la iba a destruir en silencio y sin tacto. Ella en algún momento de su vida, más niña que adulta, platicando con su almohada, había creído conocer la razón de su tristeza: era un fantasma sin cara y sin cuerpo que la vio a los ojos y no parpadeó. Ella casi se pierde en lo profundo de su mirada. ¡El color la aterró! ¡La profundidad le dio vértigo! Tenía una cara invisible y horrible, un nombre impronunciable, un cuerpo que no se sentía pero que pesaba. Un fantasma que la amenazó en silencio, que respiró en su oído y que se acercó a su boca pero nunca la besó. El miedo la paralizó y lo único que pudo hacer fue esconderlo, encerrarlo bajo llave en un lugar que juró nunca iba a recordar. Ella siempre había podido manipular a su memoria.

Pero hoy el aire era distinto y el no-olvido era la llave para dejar a su fantasma en libertad.

Sintió curiosidad y lástima por aquel ente sin cara y sin cuerpo ¡tanto tiempo solo y escondido! Alejado de ella, su razón de ser. Se acercó con cautela, tenía miedo pero quería verlo a los ojos, perderse en lo profundo y explicarle sus razones. Decirle que había sido muy tonta para entender y demasiado niña para besar. La tristeza no se digiere tan rápido y para los besos se requiere fuerza, fuerza que ella no tenía. Fueron sus piernas temblorosas y las pocas ganas de sentir las causantes de todo: un fantasma aterrador sin razón de ser guardado en una caja escondida en el closet del cuarto de su hermano.

Cuando se acercó para abrirla, el corazón se le rompió en pedazos: su fantasma ya no estaba ahí.

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