Mar

Mar

lunes, 19 de septiembre de 2011

Despedidas

Nadie entiende por qué es tan difícil para ella despedirse de sus fantasmas. Por qué, antes de cerrar los ojos y ofrecerse a la lucha de dormir o no dormir, les da las buenas noches. El mundo le sigue explicando que no es bueno darles de beber tanto; alcanzan tamaños inauditos y luego ya no se pueden esconder debajo de la cama o de la almohada. ¡Niña! los fantasmas son de uno, propios, personales. Son como un secreto: deben de mantener el tamaño justo para esconderse con facilidad.
Ella no entiende por qué quiere tanto a sus fantasmas, a uno en particular que desde muy niña, la hace llorar casi diario,
a veces no.
Quizá porque crecieron juntos: el fantasma que nació del miedo a quedarse sola y ese miedo es el primer miedo que se siente.
Nadie entiende por qué ciertas noches ella abre la ventana en espera de ese movimiento de cortinas que anuncia que entraron a su cuarto, a su cama y que el grito y el suspiro no tardan. Tampoco las lágrimas.
Los fantasmas nacen y como cualquiera, son pequeños y no asustan. El problema es que los deja crecer: los alimenta, los arropa, les cuenta historias para que nunca la dejen.






(tiempo para un adiós)







Lo extrañará (extrañar es muy de ella).
Pero es que creció tanto...
que explotó.


domingo, 11 de septiembre de 2011

Encuéntrame

Estoy hecha de detalles. Si me quieres encontrar no será en el título de tu poema favorito sino en el quinto verso de un soplido que golpea tu ventana. Estoy hecha de cosas pequeñitas como el olor del café un domingo en la mañana o un cabello olvidado en tu almohada.

Estoy hecha de recuerdos, de agua y de ese material

tan de alas.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Polvo

Mi casa fue tomada por el polvo. Es demasiado y muy oscuro. Pesa en el alma. Ya abrí las ventanas, saqué la aspiradora ¿qué más puedo hacer para que se vaya? Le grité: ¡vete! y le lloré 3456 lágrimas para ver si se hartaba. Se apoderó de cada rincón y de cada cajón. Las puertas hay que empujarlas porque el polvo es tanto, que no te deja entrar a las habitaciones, de salir mejor ni hablar. En la mañanas renuncié al café, el polvo se metió en la taza roja y es casi imposible diluirlo con el agua. Mi ropa es gris y los espejos no reflejan. El polvo cada día se vuelva más y esconde las fotografías, las cartas, los recuerdos que lastiman. Quizás algún día no me deje respirar y entonces sí, saltaré por la ventana. ¡volar!