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lunes, 19 de septiembre de 2011

Despedidas

Nadie entiende por qué es tan difícil para ella despedirse de sus fantasmas. Por qué, antes de cerrar los ojos y ofrecerse a la lucha de dormir o no dormir, les da las buenas noches. El mundo le sigue explicando que no es bueno darles de beber tanto; alcanzan tamaños inauditos y luego ya no se pueden esconder debajo de la cama o de la almohada. ¡Niña! los fantasmas son de uno, propios, personales. Son como un secreto: deben de mantener el tamaño justo para esconderse con facilidad.
Ella no entiende por qué quiere tanto a sus fantasmas, a uno en particular que desde muy niña, la hace llorar casi diario,
a veces no.
Quizá porque crecieron juntos: el fantasma que nació del miedo a quedarse sola y ese miedo es el primer miedo que se siente.
Nadie entiende por qué ciertas noches ella abre la ventana en espera de ese movimiento de cortinas que anuncia que entraron a su cuarto, a su cama y que el grito y el suspiro no tardan. Tampoco las lágrimas.
Los fantasmas nacen y como cualquiera, son pequeños y no asustan. El problema es que los deja crecer: los alimenta, los arropa, les cuenta historias para que nunca la dejen.






(tiempo para un adiós)







Lo extrañará (extrañar es muy de ella).
Pero es que creció tanto...
que explotó.


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